Un refugiado de la guerra civil en Siria fue zancallideado, con su hijo menor a cuestas, por una reportera húngara que grababa las imágenes cuando tratan de pasar a Hungría. A su vez, otro reportero con su cámara registró tan abyecta acción, claramente intencionada. Se ve a los policías persiguiendo a los refugiados, y algunos son detenidos para conducirlos a los campos, donde se hacinan y malviven, hasta encontrar soluciones políticas a este conflicto.
Las imágenes se difundieron rápidamente por el mundo. Así empezamos a conocer detalles de la vida de los protagonistas. La reportera, vinculada a un partido de extrema derecha, fue despedida de su trabajo. El refugiado sirio era entrenador de fútbol en su país. Su mujer está en un campo de la retaguardia, y tienen otro hijo mayor que ya había llegado a Munich (Alemania), donde esperaban reunirse todos. También sabemos que toda la familia llevaba más de un año malviviendo en una ciudad turca.
Dos o tres días después, el refugiado sirio con sus dos hijos estaban ya en Madrid, gracias a las gestiones de una escuela de entrenadores en Getafe, que ha costeado el viaje desde Munich. La familia dispone de un piso decente, la manutención está asegurada y esperan buscarle un trabajo pronto.
Se supone que lo han ayudado por empatía -las imágenes de los refugiados de nuestra guerra civil cruzando la frontera francesa resurgen en la memoria, ¡ay Antonio Machado!-; y también por tratarse de un colega, un entrenador de fútbol. Y no podemos dejar de hacernos algunas preguntas: ¿de no haber sido por la alocada zancadilla de la reportera, hubiera tenido la misma suerte esta familia de refugiados? ¿Habrán perdonado ya a la reportera, e incluso es posible que le estén agradecidos?
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